Recuerdo que era un domingo por la mañana, y que mi amigo Álex y yo habíamos caído por allí casi por casualidad, paseando por la ciudad después de levantarnos tarde tras una noche de alcohol y lágrimas risas. La sección de poesía llamó enseguida mi atención y muy pronto me di cuenta de que no me iba a ir de la tienda con las manos vacías.
Así fue cómo conocí a Rafa Soto, uno de los imprescindibles libreros de Nakama, y así fue cómo conocí el poemario Estoy gritando, me conocí de esa manera y a María Sotomayor, de la que hasta aquel momento solo había oído hablar por ser la editora de Harpo. Ese mismo día, una vez solo en casa, no pude evitar comenzar a leerlo compulsivamente, empezando por ese atinado y preciosamente escrito prólogo de Layla Martínez. El libro en sí me pareció lírico, rotundo, desgarrado, lleno de imágenes y símbolos… pero prefiero no decir nada y que leáis un pequeño extracto y juzguéis por vosotr@s mism@s.
Conocía de la existencia de Alberto Conejero gracias a su labor como dramaturgo; por obras como la conocídisima La piedra oscura, o por su genial versión de la Odisea para La Joven Compañía. La realidad es que, más allá de eso, apenas sabía nada del resto de su obra, por lo que me sorprendió mucho (y para bien) saber que también era poeta, que había publicado su primer libro de poesía y que lo había hecho, ni más ni menos, que con La Bella Varsovia. Todos estos ingredientes, añadido a un sugerente título que evoca al fuego, al incendio sentimental, a las ascuas del desamor, hizo que tuviera que comprarlo cuando un buen día lo encontré en La Central de Callao. ¿Pero para qué seguir hablando pudiendo ofreceros una muestra?
María Sotomayor
Estoy gritando, me conocí de esa manera (autoeditado, 2016)
las primeras veces de las manos
¿Acaso importa no pararnos
para seguir amando?
después de todo
recupero tu belleza temblorosa
yo tan necesitada
acogiendo las ramitas
en el delicado trabajo del pájaro carpintero
es cierto
que me escondo para llorar
para sufrir terriblemente
y decir que me revestiste de hueso y carne
y ahora soy todo este cuerpo
y manos sujetándome la boca
no debes asustarte
no es algo serio ni grave
sólo ocurre que me reconozco en tu pupila
pero no me encuentro
en el silencio de la cama después de haber amado
por eso decido quedarme aquí
con el pelo pegado a las babas
en el pálpito de no abrir los ojos
para no salvarme de tu cuerpo hablando
dando significado al próximo estallido
sin saber dónde está lo recién quebrado.
Alberto Conejero
Si descubres un incendio (La Bella Varsovia, 2016)
Más allá de tu pupila colmada de mercurio,
en la más inconsolable almena de la noche,
estoy en el incendio de todo lo que fuimos.
¡Si yo pudiera remontar por el confín del humo,
con pájaros de olvido volver atrás los años
hasta el abril primero cuando aún no existías!
¡Si encontrara allí tu cuerpo intacto de mi cuerpo,
tu nombre transparente para colmar el mundo
con el fervor descalzo del misterio más limpio!
Con qué equivocada furia la noche sin testigos
en desahuciadas llamas consume nuestro abrazo;
es lumbre de nostalgia, bengala del insomnio,
es quimera asfixiada en el envés del humo.
Estoy en el incendio de todo lo que fuimos.
Quizá todo adiós es festín de ceniza,
el gesto inútil de un animal que muere
y deja caer su sombra, apenas huérfana,
en el cauce apresurado
del olvido.