Creo, de hecho, que aquel programa de televisión supuso un punto de inflexión en mi concepción del mundo de los poetas; hasta aquel momento, casi sólo había leído poesía de gente que ya había muerto, y esto me abrió todo un mundo de poesía de gente viva y joven –como yo– que estaban escribiendo cosas que yo consideraba apasionantes. No hace falta que añada nada sobre la calidad de la poesía de Elena, calidad que ha ido madurando con cada obra, siendo para mí especialmente interesante Tara, su obra más compleja y quizás más incomprendida.
Ignacio Vleming apareció en mi vida por casualidad, y como muchas de las cosas que me pasan últimamente, fue a través de las redes sociales. Al principio me llamó la atención su apellido –equivocadamente lo tomé por un moderno pseudónimo–, y luego el genial título de su obra Clima artificial de primavera, así que tuve que investigar y conocer más. Al saber que su obra estaba editada por La Bella Varsovia y que había sido galardonado con el Premio de Poesía Pablo García Baena, me decidí a leerle. Y no me defraudó. Y la casualidad hizo que nos encontráramos los dos un día por las calles de Lavapiés y que yo llevara encima su libro porque justo lo estaba leyendo. C’est la vie.
Espero que disfrutéis de los dos poemas que he elegido de ell@s.
Elena Medel
Chatterton (Visor, 2014)
Estamos realizando obras en el exterior. No utilizar esta puerta excepto en caso de emergencia
Madurar
era esto:
no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel
igual que un fruto antiguo.
Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua contra los dientes una y
otra vez que se tambalean en la boca
años
del sentido incorrecto.
Con tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:
piensa en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de cabeza, qué te falta, qué
te queda; piensa en tres hilos. Quizá
eso, madurar:
quizá Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,
eso que queréis me esperará diez años. Pensad en diez caídas; pensad en
diez hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate, olor a lavavajillas,
déjame con mi sueño?
¿O quizá en la boca uvas para el postre del color
de la rodilla que cae al suelo,
de la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y era yo el zumo en la
garganta, y era yo el frío, era yo
las uñas y el estómago, quién era yo en mis años
con tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta mi habitación
por la escalera de incendios un hombre
y su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte hilos de su pecho atados a
mi pecho,
juro que amé
los golpes de sus piernas. Digo que
madurar era esto: que no pude negarme, digo que mis tres hilos de nada entre
los dedos, y juré chocar y el suelo
lo juré. Pensé al suelo la caída
y el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé dije
tres hilos de cabeza: tambaleo.
Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío en el cajón
de la fruta que se pudre.
Ignacio Vleming
Clima artificial de primavera (La Bella Varsovia, 2016)
Para romper las normas del azar debes ser
riguroso, seguir las instrucciones que vienen
en la guía de viajes sin peligro y estar atento
a las señales de tu carta astral y de la
carretera.
Pon el intermitente antes de incorporarte en el
carril de la autopista. Un telescopio te servirá
si quieres consultar las estrellas del cielo.
Hazlo siempre que tengas que elegir un
camino. El cinturón mantendrá tus caderas
pegadas al respaldo. Y aunque al ver un
cometa parpadees feliz,
a rajatabla cumple lo que dicten los dioses.
No tomes decisiones muy arriesgadas.
No oses franquear los límites inciertos de la
cuadrícula que encierra cada día.
No tientes al azar, ni dejes que el azar te tiente
con su morbo: cadáver exquisito de trazos
minuciosos, sexo sin compromiso a la hora
de la siesta.
Debes ser riguroso, frío, casi quirúrgico, estoico
como el héroe de la tragedia antigua;
al fin y al cabo resignarte a las normas de tu
destino, por muy triste y gris que te parezca.