(Gran interior, Paddington, Lucian Freud)
La sangre volvía a su órgano primigenio, se recogía, se iba a dormir y a meditar. La carne se apretaba contra la carne, contra los huesos, la piel, cerrando en ti todo el recuerdo de dolor. No quedaba nada, nada parecía haber ocurrido en esos siete minutos de tu vida.
Y todavía, después de siete intentos, te continuabas maravillando de la recuperación, del instante mágico, del casi milagro.