Escritos y reflexiones sobre poesía y literatura.
En una esquina del Parque Azafrán, a la altura de la calle Rivera, solía colocarse Medea con sus bártulos, su arte y sus ganas de exponerse ante el mundo. Se situaba allí, día tras día, sin tregua ni descanso, sin sobresaltos o excepciones, desde que había nacido en ella una imperturbable necesidad creadora.
Había respondido a la llamada de las musas un quince de agosto, en pleno éxtasis veraniego, mientras se encontraba en su casa, observando con extrañeza un lienzo avejentado y vacío. Después de largas horas calibrando sus ideas, desechando algunas atrevidas teorías sobre la nada precisa ciencia de la pintura, había pasado a la acción casi sin proponérselo.
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