Cuando la gente oye hablar de feminismo hoy en día, la mayor parte se echa las manos a la cabeza y manifiesta lo dañino que ha resultado este “movimiento radical” y, posiblemente, también aproveche para descalificar de alguna forma concreta a todas aquellas personas que se declaran cercanos a esta, por desgracia, todavía excepcional forma de pensar. Pero es importante señalar que este abultado grupo de “anti-feministas” (por llamarlos de algún modo) no es, en ningún modo, homogéneo. Dentro de él podemos encontrar, a muy grandes rasgos, mezclados dos tipos de personas.
En primer lugar, podemos hallar a todos aquellos hombres a la que podemos reconocer y declarar directamente como machistas, que ven todo movimiento femenino como algo negativo y a confrontar. A este grupo de personas poco tiempo cabe dedicarles, puesto que su postura suele estar clara y aunque nos molestemos en razonar, seguramente nos topemos contra un duro y alto muro de hormigón. Se trata de los padres del patriarcado, de los grandes privilegiados de un sistema basado en la opresión de la mujer, sin intención alguna de bajarse del pedestal.
En un segundo grupo, y este me parece tanto o más importante que el primero a nivel cuantitativo, podemos encontrar a todas aquellas personas (incluyendo algunas mujeres) que dicen estar comprometidas con la igualdad entre mujeres y hombres y con la necesidad de superar visiones machistas en nuestra sociedad, pero que no se consideran feministas de ningún modo, la mayoría de veces por una mala comprensión del término.
Cuando uno lee este tipo de argumentos, sobre todo presentes en boca de mujeres conocidas (cantantes, políticas, escritoras), se pregunta: ¿es que acaso no saben lo que es el feminismo? Porque si alguien llega a decir un disparate tal como que defiende la igualdad de sexos pero que no es feminista… es que no tiene demasiado claro qué quiere decir ser feminista.
Y esto nos lleva al problema de raíz en este tema: la enorme e histórica manipulación que ha sufrido este concepto hasta convertirlo en algo que no es.
Feminismo vs. hembrismo
Para dejarlo claro antes de nada (y este es el mantra que todo feminista se ve obligado a repetir una y otra vez): feminismo no es el contrario de machismo. El contrario de macho (palabra de la que viene la palabra machismo) es hembra por lo que, consecuentemente, si alguien quiere referirse a una persona que defiende la superioridad moral del sexo femenino sobre el masculino, deberá referirse a ella como hembrista, y no como feminista. Puede que en principio suene raro, pero conceptualmente no existe ninguna duda al respecto.
Por su parte, podemos definir muy por encima el feminismo como un movimiento que, lejos de defender la superioridad del sexo femenino, sí lucha por la equiparación de la situación (política, social, económica, legal…) de las mujeres con la de sus contrapartes masculinas. Simplemente eso: tener una consideración social, unos derechos, una valoración simbólica que no difiera de la del hombre.
Aclarado esto, cualquier persona con una inteligencia media entenderá que la idea que se ha difundido durante décadas de que el feminismo defendía la superioridad de la mujer sobre el hombre es una auténtica falacia. Una mentira descarada y absurda para hacer que este movimiento fuera desacreditado y visto por la gente como una suerte de machismo a la inversa.
La realidad es otra muy diferente.
Desde luego que puede haber mujeres hembristas, pero en ningún caso representan un fenómeno estadísticamente significativo dentro de nuestra sociedad. La mayor parte de los colectivos de mujeres que son considerados radicales y sexistas, en el fondo simplemente están formados por personas que defienden un principio más que necesario y justificado: la igualdad.
¿Quién tiene la culpa?
Todo esto nos lleva a pensar que el procedimiento utilizado por los hombres, al frente de medios de comunicación y grupos políticos, sociales e ideológicos, ha funcionado a la perfección: han conseguido que declararse feminista sea una suerte de lacra, de la que incluso algunas mujeres huyen (especialmente cuando son conocidas) por miedo a ser vistas como reaccionarias.
Sentir, por tanto, vergüenza ajena cuando uno oye a una famosa televisiva manifestarse comprometida con la causa de la igualdad, mientras descalifica y trata de alejarse del concepto de feminismo, es algo bastante común y que no debería sorprender a nadie. ¿Es su culpa actuar así? Seguramente no, porque en nuestro ideario mental está demasiado extendida la idea de que ser feminista es lo mismo que odiar a los hombres, defender la supremacía de la mujer, o incluso cosas peores que no es necesario repetir aquí.
Esta explicación hace también más entendibles los múltiples casos de mujeres famosas que dicen no ver necesario seguir defendiendo doctrinas "rancias” como el feminismo.
Una vez sabido todo esto, seguir actuando igual o dejar que esta falsedad conceptual siga su curso es sólo una cuestión de estupidez intelectual o de pura maldad.
Porque, hombres, por muchas veces que repitamos una mentira, ésta no se convierte en verdad.